miércoles, marzo 16, 2005

Uruguay: es la hora de la izquierda

Esta nota la escribí para una revista española, Contrapuntos, que va salir en el mes de abril.


Hay dos fechas que los uruguayos van a escribir en rojo en el almanaque a pesar de que oficialmente solo una de ellas lo fue y por una única vez. La primera es el 31 de octubre de 2004, cuando se paralizó la historia al ganar las elecciones en la primera vuelta un candidato de izquierda, dejando atrás 170 años de alternancia en el poder de los partidos fundacionales: el Colorado y el Nacional o Blanco. La segunda fecha en rojo es el 1 de marzo de 2005 que recordará la asunción del oncólogo socialista Tabaré Vázquez, como presidente de la República.
Ni el regreso a la democracia, en 1985, generó tantas expectativas en una población como la uruguaya que hace un largo tiempo perdió la ilusión y últimamente había optado por votar con los pies, emigrando en masa en busca de nuevos horizontes, a Europa, Estados Unidos y Australia, entre otros destinos.
Es lo que dice Victoria de 19 años con una hermana que emigró hace dos años España y que el pasado 31 de octubre votó por primera vez y lo hizo por Vázquez y que cuando se le pregunta qué espera del primer gobierno de izquierda en la historia del Uruguay solo dice una palabra: trabajo.
Pedro, su padre, tiene 55 años, no es la primera vez que vota y aunque no siempre lo hizo por la izquierda, esta vez no tuvo dudas y su boleta fue para la coalición de izquierda. Cuando se le pregunta qué expectativas tiene del gobierno progresista, repite la misma palabra que su hija: trabajo.
Si hoy se hiciera, entre todos los uruguayos, una encuesta sobre las ilusiones que tienen depositadas en la gestión de Vázquez, la inmensa mayoría contestaría que lo que quiere es que haya más trabajo.
Una respuesta por lo demás obvia de acuerdo a la situación que se vive en este pequeño país de 177 mil kilómetros cuadrados y menos de tres millones y medio de habitantes, donde el bien más preciado es, justamente, poder tener un trabajo decente como tuvieron los abuelos de Victoria, los padres de Pedro, aquellos, que vivieron en la llamada Suiza de América.
Está claro que son muchas las exigencias que debe afrontar el gobierno de Vázquez, tan amplias y grandes como el deterioro que tuvo este país a partir del año 1999, cuando a caballo de la devaluación de la moneda brasileña, el derrumbe de la liberal economía Argentina y la inacción del gobierno de Julio María Sanguinetti, comenzó también la debacle de la débil y dependiente economía uruguaya.
La crisis se profundizó luego en los años 2001 y 2002 con la caída de importantes bancos producto de malas administraciones y desfalcos varios. Se perdieron miles de puestos de trabajo, cerraron industrias enteras y el pesimismo de los uruguayos, ya de por sí una característica saliente de este pueblo, llegó a niveles históricos.
El gobierno del presiente Jorge Batlle que había arrancado en marzo del 2000 con una gran expectativa popular, mayor que la suma de los votos que obtuvo en el balotaje de 1999, justamente contra el actual presidente Tabaré Vázquez, fue uno de los peores que recuerde la historia uruguaya. No llegó a un quiebre institucional, fogoneado por sectores vinculados al sistema financiero y denunciado inexplicablemente por el ex presidente Batlle al final de su mandato, por la acción del sistema político en su conjunto y por una oposición de izquierda que, teniendo todas las posibilidades para “prender fuego la pradera”, contuvo y canalizó el descontento popular.
Un descontento popular que capitalizó la izquierda, pero que también se le puede volver en contra si no logra en los primeros meses de gobierno cambiar en algo la cascoteada vida de los uruguayos.
Consciente de ese peligro Vázquez y su equipo de gobierno diseñaron el llamado Plan de Emergencia que tendrá como cometido atacar las acuciantes necesidades de unos 200 mil uruguayos que viven en las peores condiciones.
El Plan de Emergencia es la niña bonita del gobierno y para ello se convocó y se logró el apoyo, no solo de la mayoría de los sectores sociales, de la influyente iglesia católica y la propia Universidad de la República, sino también de los denostados e impopulares organismos internacionales financieros, léase BID, Banco Mundial y FMI, que apoyarán la instrumentación del plan con créditos blandos.
El combate contra la pobreza se hará, según ha señalado reiteradamente el ministro de Economía Danilo Astori, el hombre más respetado y más importante del gobierno de Vázquez después del propio presidente, en el marco de una política que buscará bajar el déficit fiscal y pagar el servicio de una abulta deuda externa que, pese a que fue parcialmente canjeada, representa el 106% del Producto Bruto Interno.
Este discurso de rigurosidad fiscal de Astori, no es, sin embargo, muy bien recibido por todos dentro de la coalición gobernante y ello podría derivar en roces y conflictividad con los sindicatos, especialmente los del sector público, los más influyentes dentro de la central sindical única, PIT CNT. También puede llegar a generar divisiones en el seno del gobierno, pero Vázquez ha dado todo su apoyo a Astori y en ese sentido el pragmatismo y verticalismo de su conducción serán determinantes para mantener ese respaldo.
El problema que visualiza el gobierno es que durante el plazo de dos años de vigencia del Plan de Emergencia, se deben crear las condiciones para sacar de esa línea de pobreza a un número importante de uruguayos y eso sólo se logra con la generación de puestos de trabajo genuinos, ya sea con inversión pública, muy acotada por otra parte, pero, principalmente, con inversión privada que se deberá atraer con seguridades jurídicas y estabilidad.
Para ello fue necesario enviar señales internas y externas de que el gobierno progresista ofrecerá garantías de estabilidad, y el primer paso fue convocar a la oposición a la firma de un acuerdo multipartidario, involucrando a todos los partidos en un objetivo común de establecer políticas de Estado en áreas decisivas para el país como las Relaciones Exteriores, la economía y la educación.
La firma del acuerdo no significa paz política pero en principio demuestra un aliento de consenso nacional necesario para poder gobernar, por lo menos en los primeros tiempos, además de cierta madurez política.
Por el lado sindical el otro frente que debe atender el gobierno progresista la jugada de Vázquez fue incluir por primera vez en la historia a notorios dirigentes sindicales en la dirección de las empresas públicas, y si bien no lo hacen a nombre de su organización gremial, compromete sus liderazgos a los efectos de canalizar descontentos varios y reclamos salariales que hasta tanto no haya un respiro en una economía jaqueada por el pago de la abultada deuda externa, deberán ser postergados.
El otro desafío hacia el interior del país es lograr la reconciliación nacional tras años de distanciamiento entre la izquierda y las Fuerzas Armadas. La izquierda fue la principal víctima de los amotinados en 1973, cuando se quebraron las instituciones. Miles de presos, y desaparecidos fue el saldo de los años oscuros de la dictadura militar.
La asunción el pasado 15 de febrero de un líder de la guerrilla tupamara, José Mujica, como presidente de la Asamblea General y el posterior saludo de los tres comandantes de las Fuerzas Armadas, reportó una subordinación al poder civil con una carga simbólica tan grande que llevó al propio senador tupamaro decir que ni siquiera García Márquez y su realismo mágico podría haberlo imaginado.
Los tiempos han cambiado y las Fuerzas Armadas han tenido un acelerado proceso de cambios marcado por los tiempos de permanencia de los militares en los cargos lo que conlleva a una renovación obligada cada cinco años. Las actuales generaciones de militares se formaron en un mundo muy distinto al que originó el enfrentamiento en los años de 1970 abonado por la guerra fría entre otras cosas.
La búsqueda de la verdad ya no es un problema para los militares que se quieren despegar de quienes dieron el golpe de Estado, y que sólo quieren actuar profesionalmente, lejos de los avatares políticos. Y esa posición de los nuevos militares abre la puerta para que la sociedad sepa qué ocurrió con sus desaparecidos, procurando cerrar de esta manera un episodio muy duro de la historia uruguaya.
Pero Vázquez también se cuidó de emitir señales hacia la interna de la izquierda y para ello entre los primeros actos de gobierno se destaca la reanudación de las relaciones diplomáticas con Cuba suspendidas en 2002, así como la firma de acuerdos económicos con el gobierno de la Venezuela del presidente Hugo Chávez.
Esta estrecha relación con dos de los gobiernos que conforman, según el presidente de los Estados Unidos el eje del mal, podría verse como un problema para las relaciones con la nación del norte. El propio Vázquez se encargó de despejar esas dudas: “No hay preocupación del gobierno de Estados Unidos, simplemente hay respeto por las decisiones que tomamos”. Vázquez habló durante 20 minutos con Bush un día antes de asumir en el gobierno. En el plano más analítico se puede aventurar que el gobierno de Vázquez no va a tener problema alguno con la administración Bush.
Con estos elementos dentro de los que se destaca la mayoría parlamentaria para gobernar es dable vaticinar que el gobierno de Vázquez tiene todas las de ganar. Y eso es lo que expresa la encuesta nacional que la empresa Factum dio a conocer poco antes de que asumiera formalmente la presidencia de la República: el 77% considera que su gestión va a ser “muy buena”.
Hoy, tras la asunción de Vázquez, arropado por una multitud nunca vista antes, todo es optimismo y esperanza, aunque han aparecido algunos nubarrones en el horizonte. A tan solo 72 horas de su instalación en la casa de Gobierno, la administración frenteamplista debió salir a enfrentar la primera crisis, derivada sin duda de aquella que arrojó a Batlle al abismo: la cooperativa de crédito COFAC, la más importante en su género fue cerrada preventivamente ante la ausencia de respaldo contable para responder ante su masa de ahorristas. Las puertas del banco cerradas con los ahorristas agolpados leyendo un cartel que daba cuenta de la decisión del banco Central trajo a la mente de muchos uruguayos los negros días de la crisis bancaria del año 2002.
Esos nubarrones fueron rápidamente despejados por el propio Astori quien aseguró que no destinará dineros públicos para salvar instituciones en dificultades, una práctica de gobiernos anteriores y que ha debido pagar toda la sociedad.
Vázquez, que nunca como antes puede dar por satisfecho aquel refrán de que “la tercera es la vencida” (fue candidato y en 1994 y 1999), llegó por fin al gobierno nacional con la mochila cargada de halagos, pero también de responsabilidades con los uruguayos y también con la historia. Para la izquierda uruguaya llegó la hora de hacer.

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