miércoles, enero 18, 2006

Cabeza fría

La mayoría de los uruguayos asiste asombrada a una suerte de guerra santa que se lanzó desde Argentina contra la instalación de dos plantas de fabricación de celulosa en las orillas del Río Uruguay, en Fray Bentos, a 7 kilómetros de Gualeguaychú.
El nivel de confrontación entre los dos países ha ido subiendo día a día con declaración tras declaración. Hasta ahora el punto más alto en el nivel de enfrentamiento se dio en octubre del año pasado, cuando Uruguay y Argentina llamaron a consulta a sus respectivos embajadores.
En este diferendo ha tenido un papel preponderante el gobernador de Entre Ríos, Jorge Busti, un personaje muy menor en la política argentina, pero que ha cobrado notoriedad por su aparente defensa del medio ambiente, según quiere aparecer, pero que esconde otros intereses menos altruistas y mucho más mezquinos como lo puede ser su eternización dinástica en el poder provincial.
Ayer, con el desembarco de los activistas de Greenpeace en Fray Bentos, como el pasado fin de semana, el sábado, con el contracorte de la ruta por parte de medio centenar de camioneros uruguayos, se encendieron otras luces. Del amarillo de alerta se pasó a un rosado virando a un rojo de peligro. El sábado los camioneros uruguayos estaban dispuestos a todo y de no mediar algunas llamadas al orden se pudo haber generado alguna fricción que pudo haber terminado mal. Ayer se registró un caso similar con los trabajadores de la construcción nucleados en el sindicato Sunca, a los que hubo que contener para no generar hechos de violencia contra los activistas verdes.
No se está lejos, de seguir esta escalada, en la que ya no son meras declaraciones de líderes políticos o sociales, sino de acción directa, de tener un desenlace que nadie puede desear. Ni Uruguay ni Argentina quieren mártires por las plantas de celulosa y es en estos momentos en los que debe primar la cabeza fría por más que el corazón esté caliente.
Todo esto pasa por el respeto de la soberanías de los países y de su gente, que es en definitiva quienes lo hacen más o menos habitables.
Uruguay es un pequeño país con poco más de 3 millones de habitantes y, a pesar de su alto nivel de desarrollo humano, según se señala en el informe anuale del Programa de las Naciones Unidas, tiene graves problemas, donde el mayor es ¿quién lo duda?, el empleo o mejor dicho la falta de él.
Pero hay otros problemas que no son ajenos a los que pasa en el resto del continente: la mitad de los niños están bajo la línea de pobreza y la falta de oportunidades ha llevado a una legión de uruguayos a emigrar a otros países en busca de las oportunidades que aquí no se le presentan.
Uruguay es, sin embargo, un gran país para vivir y disfrutar. De ello pueden dar cuenta los miles y miles de visitantes que viajan todos los años a disfrutar de sus playas y también a distenderse luego de un año de trabajo en grandes urbes donde campea lamentablemente la contaminación y la violencia, como en las ciudades de Méjico, Santiago de Chile, San Pablo o Buenos Aires.
Los uruguayos que aun viven en este país quieren lo mejor para el mismo; lo quieren los actuales gobernantes y también lo quisieron los pasados. Nadie en su sano juicio quiere lo peor para su pueblo.
A pesar de ello es difícil encontrar, rastreando en la historia uruguaya, algunos casos de unanimidades. No la hubo siquiera cuando los uruguayos regresaron a las urnas en 1980, en plena dictadura, cuando los militares creyeron ver en ese año la oportunidad para continuar en el poder. Es cierto que el No a los militares triunfó y fue por una abrumadora mayoríaó gano 57% a 42%, pero no es menos cierto que había un porcentaje importante de uruguayos que apoyó a la regimen militar en ese momento. Algo parecido ocurrió en ocasión de la ratificación de la Ley de Caducidad de la Pretensión Punitiva del Estado; la opción del voto Verde en contra de la cuestionada ley logró el 42% y quienes apoyaron el voto Amarillo ratificando la ley alcanzó el 57%.
Sin embargo, si hoy se hiciera un plebiscito sobre las plantas de celulosa habría casi unanimidad. Los uruguayos, no importa el cintillo político están unidos para defender estas inversiones a como de lugar y ese no es un dato menor. ¿Es que quieren los uruguayos suicidarse?
La instalación de las dos plantas de celulosa en Fray Bentos, con lo que representa de inversión es no solo la revancha para un departamento castigado por el desempleo como ninguno, sino también una revancha por algun cuento del tío que sufrieron los fraybentinos cuando un grupo de jeques árabes se presentó como los salvadores prometiendo invertir sus petrodólares para reabrir la industria insignia de ese lugar: el frigorífico Anglo.
Un pueblo los esperó y les rindió honores en la plaza principal de Fray Bentos y no por ello perdieron su dignidad solo homenajearon a los que venían a dar trabajo
El tiempo pasó y se demostró que eran unos farsantes, como muchos otros que, como aves de rapiña, hacen caudal de la necesidad de la gente.
Hoy en Fray Bentos ha renacido la esperanza, la que crece junto a cada hierro que se coloca para dar forma a las plantas de celulosa.

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