martes, julio 12, 2005

Los vuelos de la intolerancia


Lo hacen para “ahorrar” combustible y personal: los ministros del Interior del G5, los cinco países más importantes de Europa, decidieron organizar, entre ellos, vuelos que agrupen las expulsiones de inmigrantes ilegales de un mismo país.

La xenofóbica propuesta partió, para vergüenza de un país donde su presidente es socialista, del ministro del Interior español, José Antonio Alonso, y fue adoptada por unanimidad por Alemania, Francia, Italia y el Reino Unido, los otros cuatro países que componen el grupo.

"En nuestros países no volverán a entrar más que aquellos que no tengan papeles", dijo altaneramente el ministro francés, Nicolás Sarkozy.

El fenómeno migratorio en los países del G5 debería tener en cuenta la historia para evaluar el significado de la xenofóbica decisión.

Todos estos países, en diferentes etapas de su historia, han sufrido el fenómeno de la emigración, sobre todo durante y al finalizar las dos guerras mundiales: italianos y españoles han nutrido con su presencia a Uruguay, Argentina y Venezuela; los ingleses han hecho lo propio con Chile; los alemanes en Brasil y en menor medida los franceses que se han desparramado por el Río de la Plata.

Hoy, estos países, ubicados entre los más prósperos del mundo, recogen el flujo migratorio de los países del Tercer Mundo, africanos sobre todo.

España, que ha experimentado un rápido crecimiento económico es uno de los puntos de mayor atracción para los emigrantes que están motivados por varios factores que van, desde lo cultural hasta el clima y donde, además, las actitudes de la gente son menos xenofóbicas y racistas que en los otros países de la Unión Europea; por caso en Alemania y Francia, sobre todo, donde hay actitudes de ese tipo muy arraigadas en ciertos sectores de su población.

La gran mayoría de los inmigrantes que residen y trabajan sin papeles en estos países, sobre todo en las grandes urbes, lo hacen en la venta ambulante, el servicio doméstico y la construcción, entre otros trabajos. Pero, como es fácil de concluir, ante cualquier problema económico que aparece en el horizonte, la presencia de los emigrantes da lugar a una nueva situación donde se llegan a plantear problemas en el mercado de trabajo, la seguridad social y también en la convivencia político-social. Hay, para ello, un manejo interesado de ciertos grupos de presión que esgrimen ciertos tópicos -por lo menos dos, fundamentalmente- que no se ajustan a la realidad a poco se analiza la misma y sobre la que se fundamenta la teoría de que todos los males o gran parte de ellos provienen de los inmigrantes.

Se dice que los inmigrantes son demasiados, pero según cifras manejadas por ONGs vinculadas al tema, no representan más que el 1,5% de la población total.

Otra de las verdades asumidas como tal, es que los inmigrantes le quitan los puestos de trabajo a los nativos, pero es una realidad aceptada que ocupan principalmente los nichos laborales de economía sumergida. Una nota de no más de mil caracteres, publicada hace unos meses en el diario El País de España, hacia un ejercicio sobre como sería la vida de Madrid sin inmigrantes. La conclusión: no podía funcionar adecuadamente porque, por ejemplo, no había nadie que sacara la basura de los contenedores.

Esta realidad, que deben enfrentar estos países debe ir entonces en el sentido contrario al que se plantea de expulsar a los inmigrantes. La integración a la sociedad es el mejor camino para la “culturización” de quienes, por problemas económicos y falta de perspectivas abandonan sus países.

El proceso de asimilación de los nuevos inmigrantes es una situación que se ve agravado por las condiciones reales en las que se debe realizar su integración. Para el inmigrante no es un simple cambio de sociedad y cultura, debe adaptarse y aprender a vivir en una organización compleja de la vida social, diferente a la que estaba acostumbrado.

El sociólogo francés Dominique Wolton se cuestiona e interroga a las autoridades en su libro “La otra mundialización”, ¿cómo hablar de las virtudes de la mundialización y excluir políticamente a aquellos que hemos importado para asegurar nuestro crecimiento económico?

La pregunta del pensador francés parece no haber encontrado eco en las autoridades de Francia, Italia, España, Alemania y Gran Bretaña.

La respuesta parece ser los vuelos de la intolerancia, ahora comunes entre los países del G5, para "hacer mutuo nuestro esfuerzo financiero y político", en palabras de un coetáneo de Wolton, el ministro Sarkozy.

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